Soy Carlos Dávila Fernández-Pellón, artista visual de la Ciudad de México.
Con mi trabajo busco localizar y cartografiar el tejido que me une al colectivo mediante el análisis y la reinterpretación transdisciplinaria de los personajes y narrativas a los que están ligados mis afectos y que son los ladrillos con los que construí mi mundo interior.
Amar algo que no existe?
Quien fuera Tomás para poder tocarle las heridas a Cristo…
Al resto no nos queda más que amar por la vía de la ficción.
Ansiamos con voracidad consumir nuevas historias porque son un puente que nos vincula a otros, incluso cuando ese otro es unx mismx…
“Esta es mi herida: la entrada a una víscera en obra gris, siempre en movimiento. Donde los nombres de todo lo que amo hacen mitosis.”
La Furia es la Vida, la Gloria es el Fuego, la Paz eres Tú, intenta articular (valiéndose de un ejercicio frenético de conectar los puntos) una visualización del andamiaje que sostiene el proceso (inherentemente colectivo) de fabricarnos una identidad individual.
Con este proyecto Carlos Dávila postula que somos los tres cerditos haciéndonos de un hogar. La casa que construyamos va a determinar la persona que nos permitamos habitar: ¿Resistirá el viento de cada soplo, o está en peligro de reventar y desbordarse?
Si la aventura más grande en la que puede implicarse un ente es estar VIVO, entonces, crear es arrojar algo a un plano de riesgo e incertidumbre radicales. Incluso si eso que se crea es a unx mismx…
El mundo orilla al cuerpo a adormecerse: escuchar comfortably numb en repeat mientras vemos las nubes pasar por la ventana.. y al voltear de nuevo al interior, horrorizados nos damos cuenta que un fantasma ha invadido nuestro hogar y poseídos, nos fagocitamos de adentro hacia afuera… dejando una cáscara hueca (all shell no ghost), una gasolinería grafiteada en la carretera, esperando a que vengan a poner en su lugar un nuevo Oxxo… pero una casa abandonada puede ser también un escenario idóneo para la aventura.
En ésta, su primera exposición individual, el artista nos muestra (por medio de una serie de objetos e instalaciones que funcionan como paneles de manga desfragmentados y expandidos hacia la tridimensionalidad) la fantasía de vandalizar, demoler y reciclar la construcción de sí mismo. Que comienza con arrojar un ladrillo de carne (uno que siente, goza, llora y recuerda) y cómo esto es principio de una guerra contra el tiempo, que no tiene a fin ganarse sino ser luchada.
Porque bajo la inescapable sombra de Dios, (con la que uniformado trabaja todo lo creador) se vivifican los seres que con su respirar, han de sostener los fervores de estar vivo.
Y a través de la reproducción en loop de frames, que hacen las veces de su aliento, se produce un quejido o un murmullo: fé de vida de alguien que nunca existió (y sin embargo amaste más que a nada).
Animar es recordar el nombre que olvidaste, o edificar usando los escombros. Animar es resistirnos al destino.
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